martes, 3 de diciembre de 2013

GENERACIÓN DE ORO.


GENERACIÓN DE ORO.

Arq. Abel Colorado Sáinz.

Los que nacimos entre 1945 y 1955 somos una generación tan especial que estamos obligados a platicar a los hijos nuestras vivencias, porque de ellas se desprenden innumerables ejemplos de superación, esfuerzo y sacrificios que seguramente ahora se ven  traducidos en valores tangibles para ellos como: la amistad, la honestidad, la responsabilidad y el respeto.

Surge este comentario porque hace unos días encontré una foto de mi grupo cuando cursaba el segundo año de primaria en la antigua Escuela Gral. Juan de la Luz Enríquez de Fortín, fui tratando de identificar a cada uno de mis compañeros con el fin de recordar sus nombres, sin embargo, lo que más me llamó la atención fue observar que varios de ellos se encontraban sin zapatos, con sus pies desnudos, pero eso sí, con una sonrisa a flor de piel. En aquel entonces no se usaba el uniforme, se evidenciaba quien tenía y quien no, había de todo, ricos, clase media y pobres, pero lo que me sorprende y precisamente eso les platico a mis hijos, es que era una escuela pública y no había diferencia entre ninguno de nosotros, nadie señalaba a nadie, nunca vi que alguien se burlara de un compañero por su vestimenta o por su condición social. En verdad era  convivencia pura, permeaba el compañerismo y la amistad.

Lo mismo nos pasó a los que estudiamos en la ESBAO, ahí también se mezclaban las diferentes clases sociales sin distingos de poder económico y eso motivó que se estrecharan lazos de amistad  y se fueran integrando grupos de amigos que más tarde en la vida profesional algunos de ellos se convirtieron en equipos de trabajo por la afinidad de disciplinas y caracteres.

Y qué decir de los tiempos  en que emigramos a cursar nuestros estudios universitarios, también en escuelas públicas; había que dejar  familia, amores y amigos, porque las sedes estaban en Xalapa, Veracruz, Puebla o México, entonces se viajaba en autobús y cuando escaseaba el dinero los regresos a casa eran mediante los conocidos “aventones”. Quien no recuerda las pensiones con comidas sin sabor y catres en lugar de camas, las cocas familiares con galletas saladas para llenar el estómago, la renta de cuartos de azotea, el viaje a la escuela en los estribos del urbano repleto de pasajeros, las novatadas al inicio de cursos, las continuas desveladas por entrega de trabajos escolares, y luego, los recibimientos en casa cuando mamá se desvivía por atendernos para mejorar nuestra deteriorada salud.

A nuestros hijos ya no les tocó sufrir… desde el kínder  escuelas privadas, siempre llevados y traídos en auto, con su lunch bien preparado y nutritivo, varios uniformes disponibles, clases especiales de inglés, karate, ballet, natación, etc. Asistencia periódica al ortopedista, dentista, oculista, nutriólogo; y ya en la universidad, pues su cochecito, su departamento amueblado, su lap top, su Iphone…, y yo les pregunto: ¿Qué le van a contar a sus hijos?.


 

 

 

 

 

 

 

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