martes, 3 de diciembre de 2013

EL MAESTRO DE OBRAS.


EL MAESTRO DE OBRAS.

Arq. Abel Colorado Sáinz.

 

En el ámbito de la construcción, generalmente siempre se habla de la relación entre el cliente  y el arquitecto, ambos van formando una mancuerna desde que se empieza a generar el proyecto, pasando por el proceso de construcción de la obra y terminando en el momento de su entrega y ocupación. Cuando esta relación culmina con éxito, el que se lleva las palmas es el arquitecto, se  habla bien de su trabajo, se dirigen a él los reflectores y se ubica en una posición que se distingue ante el gremio profesional y la sociedad.

 
Sin embargo,  siempre queda en la obscuridad la labor importante de un tipo de operarios que con sus conocimientos prácticos, inteligencia, sentido común, experiencia y ética, hacen la diferencia entre una obra bien construida y otra carente de calidad y con deficiencias.

Me refiero al trabajo que a diario desempeñan los llamados “Maestros de Obra”; los hay de todo tipo: Experimentados, improvisados, incumplidos, responsables, estudiosos y aplicados, abiertos de mente, ganosos pero inexpertos. Un buen maestro de obras es un líder, siempre está abierto para aprender, selecciona y maneja bien a su personal, lo orienta y le transmite conocimientos, sabe respetar y se hace respetar.

También encontramos falsos maestros de obra que asumen ese cargo para  cometer acciones  negativas en el proceso de una obra, normalmente duran muy poco tiempo pues pronto se les van cerrando las puertas.

Y volviendo a la mancuerna entre cliente y arquitecto, yo diría que en realidad se forma  un trío: cliente, arquitecto y maestro de obras; los tres tienen a su cargo labores específicas que cuando se conjugan adecuadamente se obtienen buenos resultados.

Fíjese en esto amable lector: Un buen arquitecto requiere un buen maestro de obras; a un mal arquitecto lo puede hacer quedar bien un buen maestro de obras, y un trabajo deficiente de un maestro de obras hace quedar mal a un buen arquitecto. Así de fácil.


Cuando egresé de la universidad, con conocimientos pero sin oficio técnico, pagué la novatez muy temprano, en mis primeros trabajos encomendados me apoyé en un amigo que se decía maestro de obras, actuaba con alevosía y ventaja, contrataba mano de obra inexperta para pagarles barato y entonces aparecían muros desplomados, pisos descuadrados, aplanados partidos, un desastre!; y como dicen que echando a perder se aprende, pues aprendí la lección. Pasados los años, encontré a un muy buen maestro de obras, su nombre: Luis Pérez Pérez; era una “joya”, persona responsable, buen padre de familia, honesto, conocedor de su oficio, sin vicios y comprometido con su trabajo, hicimos equipo muchos años y aprendí de él múltiples secretos de los procedimientos constructivos ejecutados con eficiencia.  Así como Luis, existen  muchos maestros de obra que saben ganarse la confianza del arquitecto, se identifican y mantienen una relación solidaria de amistad y compañerismo, y muchas veces hasta dan soluciones más acertadas que las nuestras.

Sirvan estas líneas como un sincero reconocimiento a estos “héroes” anónimos de la construcción que gracias a su trabajo, conocimientos y dedicación  hacen posible que las ideas  trazadas en el papel se ejecuten adecuadamente sobre el terreno.

 



 

 

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