EL MAESTRO DE OBRAS.
Arq. Abel Colorado Sáinz.
En
el ámbito de la construcción, generalmente siempre se habla de la relación
entre el cliente y el arquitecto, ambos
van formando una mancuerna desde que se empieza a generar el proyecto, pasando
por el proceso de construcción de la obra y terminando en el momento de su
entrega y ocupación. Cuando esta relación culmina con éxito, el que se lleva
las palmas es el arquitecto, se habla
bien de su trabajo, se dirigen a él los reflectores y se ubica en una posición
que se distingue ante el gremio profesional y la sociedad.Me refiero al trabajo que a diario desempeñan los llamados “Maestros de Obra”; los hay de todo tipo: Experimentados, improvisados, incumplidos, responsables, estudiosos y aplicados, abiertos de mente, ganosos pero inexpertos. Un buen maestro de obras es un líder, siempre está abierto para aprender, selecciona y maneja bien a su personal, lo orienta y le transmite conocimientos, sabe respetar y se hace respetar.
También
encontramos falsos maestros de obra que asumen ese cargo para cometer acciones negativas en el proceso de una obra,
normalmente duran muy poco tiempo pues pronto se les van cerrando las puertas.
Y
volviendo a la mancuerna entre cliente y arquitecto, yo diría que en realidad
se forma un trío: cliente, arquitecto y
maestro de obras; los tres tienen a su cargo labores específicas que cuando se
conjugan adecuadamente se obtienen buenos resultados.
Fíjese
en esto amable lector: Un buen arquitecto requiere un buen maestro de obras; a
un mal arquitecto lo puede hacer quedar bien un buen maestro de obras, y un
trabajo deficiente de un maestro de obras hace quedar mal a un buen arquitecto.
Así de fácil.
Cuando
egresé de la universidad, con conocimientos pero sin oficio técnico, pagué la
novatez muy temprano, en mis primeros trabajos encomendados me apoyé en un
amigo que se decía maestro de obras, actuaba con alevosía y ventaja, contrataba
mano de obra inexperta para pagarles barato y entonces aparecían muros desplomados,
pisos descuadrados, aplanados partidos, un desastre!; y como dicen que echando
a perder se aprende, pues aprendí la lección. Pasados los años, encontré a un muy
buen maestro de obras, su nombre: Luis Pérez Pérez; era una “joya”, persona
responsable, buen padre de familia, honesto, conocedor de su oficio, sin vicios
y comprometido con su trabajo, hicimos equipo muchos años y aprendí de él
múltiples secretos de los procedimientos constructivos ejecutados con
eficiencia. Así como Luis, existen muchos maestros de obra que saben ganarse la
confianza del arquitecto, se identifican y mantienen una relación solidaria de
amistad y compañerismo, y muchas veces hasta dan soluciones más acertadas que
las nuestras.
Sirvan
estas líneas como un sincero reconocimiento a estos “héroes” anónimos de la
construcción que gracias a su trabajo, conocimientos y dedicación hacen posible que las ideas trazadas en el papel se ejecuten adecuadamente
sobre el terreno.
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